Terapia de amor intensiva.

Nunca llego tarde a terapia, o bueno, casi nunca. Es decir, no recuerdo la última vez que llegué tarde a una sesión de terapia. Siempre estoy ahí quince o veinte minutos antes. A veces llevo un libro, a veces una revista, a veces tan solo la lista de temas que tengo que tratar en la sesión, que escribo entre una y otra en un cuaderno o la primera hoja de papel en blanco que tengo disponible.

Recuerdo las épocas de llegar tarde a terapia, incluso las épocas de cancelar la cita a último momento. “Me atrasé” decía yo. “Surgió algo” decía yo. “Resistencia” decía mi terapeuta. Pero hace ya mucho tiempo que no pongo resistencia a la terapia. Me alegra que esos recuerdos sean lejanos. Épocas en que el consultorio de mi terapeuta estaba en un hospital (¡amo los consultorios en hospitales!) y yo subía el elevador (camino a la consulta) o lo bajaba (camino a la casa) sintiéndome como un enfermo mas.

Ahora el consultorio está en una clínica privada. Cuando la puerta se abre, mi terapeuta se hace a un lado y con una sonrisa en el rostro me dice “¡Adelante, Izzy!” y así empezamos. Yo siempre entró de primero, ¿Por qué? Quién sabe, quizás porque los ritos son necesarios y este es uno de tantos en este proceso. Ya conozco todos los almohadones del sillón y a todos los he abrazado en una u otra ocasión. A unos en busca de contener la tristeza, a otros en busca de liberar la rabia. Durante la hora que yo estoy ahí, ese sillón es mi sillón y esos almohadones son mis almohadones.

Estamos a la altura del proceso en el cual ya he perdido la cuenta de cuantas veces iniciamos y terminamos, y en lo personal, no creo necesariamente en la terapia que llega a su fin. En mi caso, ha habido momentos en los que yo decidí la finalización de mi proceso y confieso, con la madurez de los años, las vivencias y el proceso (o el trabajo, o la labor o como quiera que llamemos al proceso terapéutico que llevamos) que todas las veces que la elección ha sido mía, ha sido una elección equivocada.

En otros casos, el proceso fue finalizado por fuerza mayor, la imposibilidad de asistir o la imposibilidad de mi terapeuta de atenderme, y mi renuencia (que mantengo al día de hoy) de ser referido a otro u otra terapeuta. Y es que mi terapeuta es mi terapeuta, y no la cambio por otra. No la cambiaría por Freud, no la cambiaría por Beck, no la cambiaría y punto.

Verán, mi terapeuta me conoce. No solo conoce mi historia, sino que la ha vivido a mi lado en una relación terapéutica de más de una década. A pesar de los espacios entre un ciclo y otro. Sería muy raro volver a contarle mi historia a otra persona. Por el momento, tan solo me siento agradecido de no tener que hacerlo. El día que toque, ese día nos preocuparemos, no antes.

Estuve varios meses sin poder ir a terapia, no por elección propia sino por fuerzas más allá de nuestro control que imposibilitaban a mi terapeuta el encontrar el espacio para atenderme. Cumpliendo con su deber como terapeuta, me ofreció referirme. No acepté. “Vamos a intentar esperar y ver qué sucede”. Mi terapeuta cree en constelaciones, cree que si las cosas se tienen que constelar de cierta manera, se constelarán. Yo también lo creo, por lo que decidí sentarme y esperar. A veces se necesita algo de fe para sobrevivir en terapia. Fe en tu terapeuta, fe en el proceso, fe en uno mismo… fe en las constelaciones.




Está constelando para que sigas adelante” dice mi terapeuta. “Tienes buenas estrellas” dice mi terapeuta. Estamos trabajando intensamente. Ella me avisa de cuanto espacio se abre en su agenda y me pregunta si lo quiero tomar. Yo acepto. Es una inversión, si. Si tengo que sobrevivir a punta de sopita china y emparedados de tuna con agua, lo haré. No rechazo ningún espacio. Hay trabajo que hacer.

Estamos trabajando intensamente. “Procura que los días en que tienes terapia sean lo más ‘light’ posibles, tanto antes como después de tu sesión.” tuiteo en Twitter. Se por qué lo digo. Usualmente me cuesta mucho enfocarme antes de una sesión, y prefiero mantener el horario y las obligaciones lo más ligeras posibles. Post sesión, es un tema más delicado. Sobrevivir 12 rounds con tu sombra no es tema sencillo. La sombra tiene buen gancho derecho y una zurda impredecible. Hay días que sales saltando en una pierna y listo para rockear, y hay días en que sales arrastrándote y listo para esconderte debajo de la frazada hasta el día siguiente... es todo parte del proceso, gente, y como dice Dan Savage: "It gets better."

Estamos trabajando intensamente. Mientras escribo esto espero mi sesión del día de mañana. Una sesión de hora y media de EMDR (“Eye Movement Desensitization and Reprocessing”, en inglés, “Desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares”, en español). La semana pasada fueron tres sesiones consecutivas, tres días seguidos, 4 horas de EMDR. Perdí la cuenta de los rounds, perdí la cuenta de los ganchos derechos, perdí la cuenta de las zurdas impredecibles… pero gané la pelea.

Sabes que la ganaste cada vez que te preparas a entrar a la próxima sesión a seguir trabajando en tu desarrollo personal, en tu crecimiento individual, a trabajar en ti. Sabes que la ganaste con cada nuevo aprendizaje, cada nuevo insight, cada libra (o kilo) de basura psicológica y bagaje emocional que te sacas de encima (integras, procesas, desechas porque simplemente dejó de cumplir su función de supervivencia y lo reemplazaste por algo más adaptativo y saludable) y te hace sentir más ligero. Sabes que ganaste con cada ítem que tachas de tu lista de temas y con cada lista nueva que elaboras que tiene items nuevos (nuevas alegrías, nuevos logros, nuevos hitos, nuevos retos, nuevos desafíos).

¿Por qué “terapia de amor intensiva”? Porque siento y creo que no hay mayor regalo ni gesto de amor más grande que nos podamos hacer a nosotros mismos que el de ir a terapia y hacer el trabajo, llevar el proceso. Sí, todos los psicólogos debemos ir a terapia, pero para mí va mas allá de eso (a pesar de que la ganancia es doble, gano yo y ganan aquellos a quienes atiendo). Es un regalo. Es mi regalo.

Como psicólogo, tengo que ir a terapia. Como psicólogo, debo ir a terapia. ¿Como Izzy? Como Izzy, quiero y elijo ir a terapia, y no lo cambiaría por casi nada del mundo.

Namasté.

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